Más que un discurso bonito o una
serie de apariencias, se trata de un cambio profundo en la conducta humana.
Millones de personas asisten a
iglesias, leen o cargan la biblia para todas partes como si fuera un amuleto,
se la pasan todo el día hablando de la salvación o de los pecados; sin embargo,
aunque parezca insólito, nada de esto es garantía de un cambio radical en la
vida de estas personas.
Lo primero que debe entender un
cristiano es que su condición de fragilidad siempre va a estar latente mientras
tenga un aliento de vida.
En otras palabras, un mortal que
profesa la Fe Cristiana, no es mejor ni peor que nadie, simplemente es un ser
humano ¨afortunado¨ que encontró un tesoro que vale más que su vida y que debe
cuidar siempre, ya que lo puede perder por su propio descuido o porque se lo
arrebaten.
Un verdadero cristiano jamás va a
ser presumido ni jactancioso ni pretenderá que está libre de pecado. Al igual
que los demás está sujeto a cometer errores siempre. Esta es la ley de vida.
El respeto a los demás y a sus
creencias es fundamental en la actitud de un mortal que profesa la Fe
Cristiana.
Ser cristiano no significa
humillar, denigrar o señalar las faltas que cometen los demás. Significa
ayudar, orientar y ser solidario con los más necesitados y con aquellos que no
hacen el esfuerzo por vivir como Dios manda.
El buen creyente procura todos
los días hacer lo correcto conforme a los valores morales y cristianos.
Si comete un error lo reconoce,
trata de corregirlo y sigue en el camino de la superación.
El trabajo, amor por la familia,
esfuerzo, sacrificio, solidaridad, decencia, respeto, consideración,
disciplina, superación y humildad son características del buen cristiano.
Por: Eric Enrique Aragón